Los laboratorios de la nueva educación creados hace un siglo trasladaron a la enseñanza pública española las propuestas y prácticas que se habían ido forjando desde la fundación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876 para «transformar las antiguas aulas».
Proponían una educación integral, cuyo objetivo no es la mera instrucción, sino que afecta a todas las dimensiones de la persona y a sus diversas capacidades, y se basa en pedagogías activas, en el aprendizaje por la acción.

Esto requiere una escuela diferente, del parvulario a la universidad. Unas «aulas sin muros», que obligan a replantear dónde y cuándo se aprende, y cuáles son las relaciones que debe tener la escuela con las familias y la comunidad.
En ella el estudiante es el protagonista de su educación, que se extiende a lo largo de toda la vida. Él construye su conocimiento y su personalidad en diálogo con sus maestros y con sus compañeros.
Para esta nueva educación se necesita un nuevo maestro, que debe formarse permanentemente y cuyo papel es el de un guía capaz de proponer las más diversas experiencias de aprendizaje y de reflexionar sobre su práctica para mejorarla. Los testimonios que nos han llegado de aquellos «laboratorios» educativos nos muestran en qué consistió esa nueva educación que se comenzó a establecer en España hace cien años: una escuela y una pedagogía destinadas a transformar la sociedad, que se tradujeron en unos espacios, unas prácticas, unos contenidos y unos métodos que siguen hoy ofreciendo múltiples elementos de inspiración, en un momento en el que numerosas iniciativas transformadoras surgen en centros educativos, públicos y privados, por todo el país.