Esos laboratorios de la nueva educación se basaban en pedagogías activas, en el aprendizaje por la acción. Esto requiere una escuela diferente, del parvulario a la universidad. «Aulas sin muros», que obligan a replantear dónde y cuándo se aprende, y cuáles son las relaciones que debe tener la escuela con las familias y la comunidad. En ella el estudiante es el protagonista de su educación, que se extiende a lo largo de toda la vida. Él construye su conocimiento y su personalidad en diálogo y convivencia con sus maestros y con sus compañeros. Para esta nueva educación es necesario un nuevo maestro, que debe formarse permanentemente y cuyo papel es el de un guía capaz de proponer las más diversas experiencias de aprendizaje y de reflexionar sobre su práctica para mejorarla. Los testimonios que nos han llegado de aquellos «laboratorios» educativos nos muestran en qué consistió esa nueva educación que se comenzó a establecer en España hace cien años: una escuela y una pedagogía destinadas a transformar la sociedad, que se tradujeron en unos espacios, unas prácticas, unos contenidos y unos métodos que siguen hoy ofreciendo múltiples elementos de inspiración, en un momento en el que numerosas iniciativas modernizadoras surgen en centros educativos, públicos y privados, por todo el país.